martes, 12 de noviembre de 2013

I

Recuerdo ese momento en el que estaba perdida. Recuerdo la nada, una espesura de soledad inmensa mezclada con un gentío asfixiante. Recuerdo también tu mano amiga, tendida hacia mí, invitándome desde tu nube a escapar de allí. Recuerdo que te miré balbuceante y tú sonreíste más, mucho más. Recuerdo tus ojos cálidos y dulces, tu mirada tranquila, tus silencios rebosantes de palabras para iluminar al mundo. Recuerdo además cómo me cogiste y me elevaste, alejándome de la masa negra que se retuerce bajo mis pies. Recuerdo que tenía los ojos rojos de llorar, las mejillas pálidas y el labio tembloroso. Recuerdo cómo me diste una melodía, una canción de la que agarrarme, una voz que me tranquilizase, otro como yo. Recuerdo cómo me ayudaste a subir a una de las nubes y me susurraste al oído: “Vuela.” Recuerdo que lloré de alegría, que mi cara se llenó de color y que mis ojos se agrandaron. Recuerdo que, cuando me vi ahí arriba y giré la cabeza para ver cómo te elevabas conmigo, tú te hundías en la negrura, sonriendo.